4 de febrero de 2013

Moving on


La incertidumbre dominaba cada uno de sus pasos, temblando de miedo el Otro recorría las calles tan rápido como la gota de sudor frío que bajaba por su espalda, sin darse cuenta llegó al punto acordado. Como congelado en el tiempo el pequeño café de su juventud parecía negar los años que habían pasado, seguía indiferente de la urbanización que lo rodeaba hasta casi consumirlo, casi como si esperara incansablemente el encuentro que debía llevarse a cabo aquel día.

La bufanda roja ondeaba al viento desde su cuello mientras caminaba hacia la mesa de los recuerdos, se detuvo frente a ella y rió con incredulidad, apenas podía creer que siguiera allí, el café, la vieja mesa de madera, y el grabado que sellaba aquel viejo pacto aún por cumplir.  Aún más temeroso, el Otro volvió sobre sus pasos para sentarse en la mesa más alejada del lugar, en una esquina olvidada por la luz, donde se hizo uno con las sombras.

Tras una breve espera que parecía interminable apareció Ella, y, como si pretendiera imitarlo, observó detenidamente la mesa acordada, una lágrima solitaria recorría su rostro mientras sacaba una nota de su bolsillo, tras leerla una última vez la dejó sobre la mesa y se marchó sin mirar atrás, pero ya nada importaba, llevaba una bufanda blanca, Ella había decidido olvidarlo, con ella se iban todas las esperanzas del Otro, y tras ellas corría su sonrisa.

Tras picar la leña que mantendría sus sonrisas durante aquella jornada, Él dejó el hacha a un costado de la puerta e ingresó a la pequeña casa de campo que compartía con su esposa, Ella no tardaría en volver de la ciudad, por lo que puso la tetera sobre la estufa caliente para esperarla con ese té que tanto le gustaba, y dejar el frío que ella traería consigo confinado en la memoria.

Ella llegó acompañada de la sonrisa que a Él tanto le gustaba, y que a partir de ese momento le correspondía mantener, sacó la bufanda de su cuello y la puso alrededor del cuello de Él mientras la sostenía por ambos extremos, aún se amaban como el primer día, podían verlo en los ojos del otro. El tiempo pareció detenerse durante aquél último instante, y antes de que pudieran darse un último beso todo fue interrumpido por el estallido de la puerta, que reveló tras de sí  al Otro, con la mirada cargada de odio y le hacha de Él en su mano derecha, con la bufanda roja atada en la empuñadura.

Obedeciendo al odio que lo dominaba, el Otro dio un paso hacia el interior de la casa, alzó el hacha sobre su cabeza y descargó su furia en contra de Ella, Él se interpuso en el camino de la hoja, sólo para caer en un charco creciente de su propia sangre.

Por un segundo el Otro casi comprendió lo que había hecho, pero el grito de Ella lo sacó del trance, dio otro paso para terminar su obra, blandió el hacha por última vez con tanta furia que no notó la pequeña nota caer de su bolsillo, creyendo haber concluido satisfactoriamente el acto, el Otro dejó la escena mientras una lágrima tocaba el suelo entre sus pies.

“Era lo que quería en aquel momento de locura, no lo que realmente creía que iba a pasar” eran las palabras que se borraban en el suelo ante el paso de la sangre, mientras la bufanda se tornaba más roja a cada segundo, casi hasta el final