La
incertidumbre dominaba cada uno de sus pasos, temblando de miedo el Otro
recorría las calles tan rápido como la gota de sudor frío que bajaba por su
espalda, sin darse cuenta llegó al punto acordado. Como congelado en el tiempo
el pequeño café de su juventud parecía negar los años que habían pasado, seguía
indiferente de la urbanización que lo rodeaba hasta casi consumirlo, casi como
si esperara incansablemente el encuentro que debía llevarse a cabo aquel día.
La bufanda
roja ondeaba al viento desde su cuello mientras caminaba hacia la mesa de los
recuerdos, se detuvo frente a ella y rió con incredulidad, apenas podía creer
que siguiera allí, el café, la vieja mesa de madera, y el grabado que sellaba aquel
viejo pacto aún por cumplir. Aún más
temeroso, el Otro volvió sobre sus pasos para sentarse en la mesa más alejada
del lugar, en una esquina olvidada por la luz, donde se hizo uno con las
sombras.
Tras una
breve espera que parecía interminable apareció Ella, y, como si pretendiera
imitarlo, observó detenidamente la mesa acordada, una lágrima solitaria
recorría su rostro mientras sacaba una nota de su bolsillo, tras leerla una
última vez la dejó sobre la mesa y se marchó sin mirar atrás, pero ya nada importaba,
llevaba una bufanda blanca, Ella había decidido olvidarlo, con ella se iban
todas las esperanzas del Otro, y tras ellas corría su sonrisa.
Tras picar
la leña que mantendría sus sonrisas durante aquella jornada, Él dejó el hacha a
un costado de la puerta e ingresó a la pequeña casa de campo que compartía con
su esposa, Ella no tardaría en volver de la ciudad, por lo que puso la tetera
sobre la estufa caliente para esperarla con ese té que tanto le gustaba, y
dejar el frío que ella traería consigo confinado en la memoria.
Ella llegó
acompañada de la sonrisa que a Él tanto le gustaba, y que a partir de ese
momento le correspondía mantener, sacó la bufanda de su cuello y la puso
alrededor del cuello de Él mientras la sostenía por ambos extremos, aún se
amaban como el primer día, podían verlo en los ojos del otro. El tiempo pareció
detenerse durante aquél último instante, y antes de que pudieran darse un
último beso todo fue interrumpido por el estallido de la puerta, que reveló
tras de sí al Otro, con la mirada cargada
de odio y le hacha de Él en su mano derecha, con la bufanda roja atada en la
empuñadura.
Obedeciendo
al odio que lo dominaba, el Otro dio un paso hacia el interior de la casa, alzó
el hacha sobre su cabeza y descargó su furia en contra de Ella, Él se interpuso
en el camino de la hoja, sólo para caer en un charco creciente de su propia
sangre.
Por un
segundo el Otro casi comprendió lo que había hecho, pero el grito de Ella lo
sacó del trance, dio otro paso para terminar su obra, blandió el hacha por
última vez con tanta furia que no notó la pequeña nota caer de su bolsillo,
creyendo haber concluido satisfactoriamente el acto, el Otro dejó la escena
mientras una lágrima tocaba el suelo entre sus pies.
“Era lo que
quería en aquel momento de locura, no lo que realmente creía que iba a pasar”
eran las palabras que se borraban en el suelo ante el paso de la sangre, mientras
la bufanda se tornaba más roja a cada segundo, casi hasta el final
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