Ya no lo siento. Sus palabras vuelven a ser un idioma extraño y el fuego del silencio quema una vez más en mi garganta. Son danzas tribales desconocidas y por ello percibidas como una amenaza. Es el miedo a perder, como nunca antes consumado mientras las sombras a mi alrededor no hacen más que crecer con cada peldaño que resbalo.
La claridad ha caído, se ha perdido entre la sombras. La puerta trasera ha sido abierta y con ella llegan los viejos fantasmas, más vivos que nunca, alimentándose de mi fuerza. Ya no puedo reír, pues el fuego se apaga y las cenizas invaden mi boca. Por primera vez en mucho tiempo no encuentro la respuesta.
Fue demasiado tarde. No vi la ola hasta que había reventado sobre mis hombros. No sé hacia dónde apuntan mis pies ni puedo encontrar mi propia cabeza. La superficie se me escapa, por más desesperante que parezca.
El laberinto se vuelve demasiado grande para la cuerda de mis pensamientos y el minotauro se aproxima. La miel venenosa ahogándome paso a paso, mientras la habitación se llena de humo con cada bocanada que expulsan esos seres extraños.
Hoy fui uno de ellos. El espejo se fractura y, por alguna razón, ya no lo extraño.
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