31 de diciembre de 2010

Memorias de un Yo desesperado

Hoy desperté y el mundo ya no giraba.

No existía más que un oscuro amanecer que de tal no tenía nada más que un vestigio de tan viejo crepúsculo que una vez se abalanzó sobre nosotros cargado de presentimiento, presagiando la peor de las pesadillas en la cual cada decisión es la incorrecta y parece nunca alcanzarás el final.

Del verde sólo quedaba el recuerdo, pues hoy, como todo y como siempre, el mundo se redujo a cenizas del pasado consumidas por el fuego de un futuro tan marchito que maldigo la hora en que lo vi llegar.

El mar es solo una ilusión en las memorias de quienes aún tenemos el valor para mirar atrás, y volar volvió a ser un sueño inalcanzable.

La razón nos alejó de los dioses, y como lo hicieron muchas civilizaciones atrás, rogamos por estar cubiertos por el cómodo velo de la ignorancia, para poder mirar al cielo e inventar el mar, y protegernos por seres supremos que nos dan estabilidad.

Pero no, he vivido demasiado tiempo en la comodidad de la ignorancia y al descubrir esta dura realidad no me puedo dar el lujo de verme sobrepasado por las circunstancias e inmediatamente debo poner un pie frente al otro y continuar esta marcha sin rumbo, sentido y realidad.

Caminaba por los escasos lugares por los cuales el calor permitía pasar, cuando me pregunté si existía alguien más desdichado que yo, en ese momento alcé mi vista y miré hacia el norte, mis ojos encontraron un cuerpo carbonizado apenas reconocible como un otrora miembro de una auto proclamada gran civilización, y comprendí que aún me quedaba lo más preciado, aún vivía, y poseía lo básico para ello, esperanza.

Los dioses habían oído mis desesperadas plegarias, ya que sólo nos acordamos de ellos en momentos de gran desesperación.

Al poco andar el calor comenzó a ceder, pero por más que lo deseaba, las cenizas seguían en su lugar, el mar seguía sin estar y el cielo era tan oscuro como podía imaginar.

Al llegar a viejos lugares y ser invadido por grandes recuerdos di con un ser familiar, era alguien como yo fue lo primero que pensé, pero una vez más la realidad me sacudió.

Era un ser más desdichado que yo, porque ese hombre no alzó su mirada, la mantuvo baja hasta tropezar con el mismo cuerpo que yo vi un tiempo atrás, momentos antes se había preguntado si existía alguien más feliz que él, los dioses escucharon sus plegarias, pensó, ya que, al igual que yo, encontró en ese cuerpo lo que buscaba, alguien que no necesitaba lo que yo nunca había perdido, porque no estaba vivo para enfrentarse a este infierno, fue entonces cuando aquel desdichado hombre deseó estar muerto y no en mi lugar.

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